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Bajo La Lluvia (con Ilustración de Fran Arias)

ilustración de Fran Arias

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Ya anochecía y habíamos pasado toda aquella tarde en el parque, contemplándonos el uno al otro, iniciando conversaciones que desencadenaban risas, risas que desembocaban en silencios apreciativos en los cuales tan solo me detenía a contemplar su magnificencia, segundos eternos donde el tiempo parecía detenerse, el ruido se desvanecía del ambiente y las imágenes a su alrededor se difuminaban, dejando tan solo su hermosa silueta nítida frente a mis ojos.


Aquel momento solo se desvanecía cuando una coqueta sonrisa brotaba de sus labios, esa sonrisa que me volvía a la realidad, esa sonrisa coqueta y un poco desconcertada, tal vez, por la cara de joven embelesado que seguramente tendría. Luego de eso tan solo me apresuraba a sonreír, a sonreír junto a ella, y esta sonrisa nos transformaba en cómplices ya que solo nosotros conocíamos el verdadero significado de aquel gesto.


De repente miré hacia el cielo, intentando apartar por un momento mi vista de aquella muchacha que se apoderaba más y más de mi corazón tras cada minuto que el reloj quemaba. El cielo, que asomaba entre las grises nubes que poco a poco se formaban, se veía anaranjado, ese cálido color que me inspira romance, pero que también me hacía pensar que la tarde se nos iba y todo lo que tenía preparado para este minuto se había esfumado de mi memoria, todos esas situaciones que tanto ensayé con mi almohada en las innumerables noches en vela que pasé ya no se encontraban en el baúl de mis recuerdos, y realmente no había hecho nada de lo que tantas veces soñé y planeé.

Ya debo irme - me dijo con su dulce voz, canto de sirena para mis oídos.
- Te iré a dejar - rápidamente contesté.

Su casa quedaba no muy lejos de aquel parque, pero la vida se encargaba de darme unos minutos mas para poder dar el paso que tanto quería dar, caminamos uno al lado del otro, mirando al frente como intentando eludir nuestras miradas llenas de deseo, llenas de cariño, llenas de inocencia.

Durante el trayecto no fue mucho lo que conversamos, parecía que el silencio se apoderaba de nosotros, yo no le podía hablar porque en lo único que pensaba era en aquellos labios, quería dar un paso más, pero el temor al rechazo era muy grande dentro de mi, y actuaba como una camisa de fuerza para el loco amor que emanaba de mi corazón.

El tiempo pasaba, no se detenía a pesar de mis dudas, y así es siempre, la vida no se detendrá a esperar que pensemos si dar o no aquel paso, por eso  es mejor que actuemos en vez de pensar en como lo haremos, porque en ese pensar se nos puede pasar la oportunidad, el momento preciso que estamos esperando o incluso la vida.

Llegamos a la puerta de su casa, el castillo de mi princesa, era hora de marcharme, llevando dentro de mí todos aquellos planes que había tenido para aquel idílico día que tanto había esperado. La lluvia caía mas y mas fuerte contra el pavimento, nos refugiamos en el alero de su casa, algo me hacia pensar que tal vez ella aún no quería dejarme marchar, o tal vez eran solo sugestiones propias del deseo que tenia por aquella muchacha en ese momento.

Al despedirnos, un beso en la mejilla me hacía sentir mil clavadas en la espalda atravesando mi cuerpo lentamente, pensando que el momento tan esperado se me escapaba entre las manos, se escurría entre mis dedos, se marchaba y  tal vez no volvería jamás. Soy de esos tipos que piensan que las oportunidades se dan siempre, pero son nuestras tan solo durante un pequeño lapsus de tiempo, luego estas oportunidades pasarán a otro personaje y ya no las podremos aprovechar.

Al alejarse de mi o yo de ella, no recuerdo bien, quedamos uno frente al otro, mirada frente a mirada, y nuestras bocas alineadas, deseándose mutuamente, o al menos eso yo esperaba. Inconscientemente el tiempo se detuvo, ya nada se movía, la lluvia no nos rodeaba, el frió no existía, solo podía mirarla frente a mi, sus ojos, azules profundos, eran lagos para mis pensamientos que se zambullían en ellos, nos acercamos poco a poco, con el tiempo detenido, con todo detenido a nuestro al rededor - y como dice Cortázar - comenzamos poco a poco el juego de los cíclopes.

No podía cerrar mis ojos, ella al parecer tampoco, mientras mas nos acercábamos mi corazón latía mas fuerte, lo sentía en todo el cuerpo, en mi cabeza, en mi pecho, en mis manos, latía completamente, tiritaba tal vez, de eso no me acuerdo. Y cada vez estaban mas cerca sus labios de los míos, y en mi pecho un corazón exaltado parecía querer salir de su guarida, al parecer esta se volvía cada vez mas pequeña para él.

De pronto una suave sensación en mis labios, una sensación tibia y suave se posaba sobre ellos, y sin saber actuar poco a poco, nuestras lenguas se conocieron, una comunión suprema y un pacto privado se cerraba, un pacto carente de palabras, un pacto de corazón, un pacto hecho con este mi primer amor.

Las cortinas de mis ojos se cerraron lentamente, mientras nuestras lenguas danzaban una misma sinfonía, se conocían a fondo, ellas solas se entendían.

Su boca era dulce, como la mas madura de las frutas, y poco a poco se transformaba en mi droga, una droga que no quería dejar de probar, una droga que me extasiaba, que hacía a mi corazón brincar, estallar y volverse a formar, en un ciclo eterno.

Hoy en día hemos sumado mucho tiempo juntos, nadie sabe cuanto mas ni que pasará en el futuro, es lo rico de la vida, pero debo manifestar claramente que si pudiese hacer todo de nuevo, sería tal y cual como ocurrió ese día bajo la lluvia.





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