Usted está aquí:Home » RELATOS » Entidad 2: La Herencia

Entidad 2: La Herencia

No recuerdo bien la fecha, pero sí como comenzó. Esto fue hace un par de meses atrás cuando tía Alberta falleció. Yo la conocí en la recta final de su vida.

Tía Alberta era una mujer no muy alta, de pelo albo como la nieve, con aspecto cansado, de buenos sentimientos, de estas personas que siempre que podía ayudar a alguien con algo, lo hacía. Yo, por un lado le tenía mucho cariño, tal vez por el inmenso aprecio que mi papá tenía por ella, o tal vez, sólo porque era una mujer que se daba a querer; mientras que por el otro, le tenía un cierto recelo, no me gustaba mucho ir a visitarla, por su vieja casa, que parecía sacada de una película de terror, por el aroma que expelía, un aroma a humedad, ese olor que tienen las cosas cuando las guardamos mucho tiempo, ese olor que inundaba tus pulmones apenas dabas un paso dentro de ella.

Todo dentro de la casa de tía Alberta era antiguo. Según lo que contaban mis padres, en otra época había sido una mujer de mucho dinero, que se codeaba con la más alta sociedad de la ciudad. Viéndolo objetivamente, todo dentro de su casa era presuntuoso, como aquellas cosas que salen en los banquetes que dan las grandes familias en las películas que reflejan otras épocas. Había copas de cristal talladas a mano, sitiales hechos con maderas traídas del continente negro, jarrones chinos, muñecas con caras inmutables de porcelana, de las cuales prefería eludir la mirada debido a que si la fijaba en ellas, un escalofrío recorría toda mi espalda. Además de eso, cuadros y figuras decorativas se repartían por todo el lugar. A pesar de esto, lo lúgubre de aquella vieja casa hacía que dichos elementos no relucieran, como lo hubiesen hecho en cualquier otro lugar.

Al morir tía Alberta, todo lo que había en esa antigua casa pasó a manos de mi papá y su hermano, pero el testamento tenía una parte muy específica: no vender ni deshacerse del cuadro que se encontraba en la pieza matrimonial. Cuando mi tío y mi padre oyeron esa parte del testamento, la curiosidad los embargó, ya que ninguno se había percatado de qué cuadro sería aquel bien tan preciado… tal vez era una pintura de gran valor o algún retrato familiar, por lo que decidieron ir en su búsqueda.

Cuando llegaron a la casa, encontraron todo tal cual lo habían dejado la última vez. Recuerdos de la tía Alberta inundaron los corazones de estos dos sobrinos. La mujer había sido muy cercana a ambos, incluso había pagado sus estudios, ya que mi abuela no contaba con los medios para solventar dicha educación. Yo noté esta emoción cuando vi cristalizarse los ojos de mi padre por el esfuerzo de no derramar las lágrimas que los recuerdos de esta casa provocaban en él. Ambos subieron al dormitorio, yo dudé un poco más, pero al cabo de unos segundos decidí seguirlos, en parte por curiosidad, pero también porque no tenía intenciones de quedarme sólo en ese piso rodeado de tantas cosas a las que temí toda mi infancia, y que ahora les temía aún más, porque sentía que su celadora, la que mantenía esto a raya, ya no estaba entre nosotros.

Subí rápidamente la escalera siguiendo a mi padre. Cuando llegué, ambos estaban mirando a la pared, mirando el cuadro del cual no podían deshacerse. Silencio absoluto en la habitación, y de repente:
- Ignacio, el cuadro es tuyo – le dijo mi tío a mi padre, hablando entre risas.

- Pero en mi casa no combina con nada. Rosario me matará si coloco algo así en el living.

Algo produjo en mí el cuadro. Siendo objetivos, este no era una maravilla.
Era un paisaje, en realidad un bosque con un claro en el centro, y en ese centro había una roca y en esa roca sentado con las piernas cruzadas de una manera similar a la posición de loto, un niño, un niño de vestimentas negras con una especie de bolsa en la mano, como esas bolsas de papel que hoy se ocupan para llevar el pan. La imagen no era bella, los colores no combinaban con nada que estuviera en mi habitación, pero siempre me ha gustado el arte. Entonces, dije:

- Viejo, a mí siempre me ha gustado el arte y el cuadro me llama la atención. Dejémoslo en mi pieza – y sonreí al ver que a mi tío le alegraba la noticia, mientras que mi papá se encontraba un poco desconcertado.

- Bueno Javier, el cuadro es tuyo – respondió tío José de inmediato.

Y así es como aquel cuadro llegó a mi casa. Hasta ese momento todo era normal, nada en absoluto hacía presagiar los acontecimientos que sucederían a partir de aquella adquisición.
Ese día llegue con mi pequeña parte de la herencia, realmente en ese momento era feliz con mi cuadro. Lo colgué en una de las paredes de mi habitación, francamente no combinaba con nada a su alrededor; tan sólo era un cuadro puesto al azar en la habitación de un joven estudiante.

Al cuadro lo rodeaban posters de grupos como Kiss, Rapshody, Metallica… nada comparado con ese cuadro, tan interesante ante mis ojos, pero al parecer a  los de nadie más.

La primera noche todo fue normal, me fui a dormir con mi nuevo cuadro adornando, o como decía mi hermano, perjudicando la estética, de mi habitación. Desde este momento creo que empezaré a narrar las noches porque ya los días adquirirán menos importancia.

La segunda noche, desperté, la transpiración bañaba mi cuerpo, había tenido un sueño… no, no un sueño, una pesadilla. Era de aquellas que te asustan pero de alguna forma no están en tu memoria, tan solo desperté sintiendo el terror que se había apoderado de mi sueño y al despertar, sentarme en la cama, mirar a mi alrededor, sentir que estaba en mi hogar, en mi pieza, en mi fuerte… me hizo sentir esa calma que nos inunda cada vez que nos damos cuenta que todo ha sido solamente un mal sueño. Me desvelé, encendí mi laptop, con la excusa de revisar mi correo electrónico, pero me quedé un rato más, deambulando por la red, consumiendo mi tiempo en alguna red social o alguna página de esas que están creadas sólo para matar momentos de tu vida utilizando para ello algún elemento burdo.

La tercera noche ya fue algo más fuerte, las pesadillas se comenzaron a incrementar, ya que desperté como a las 3.35 AM. Creo que el día anterior desperté a esa misma hora, la verdad, no sé, en la primera ocasión no me percaté de eso. Desperté prácticamente en la misma situación del día anterior, transpirando, a tal punto que tuve que cambiar de pijama… algo me tenía preocupado, según yo, porque el estrés se presenta a veces en forma de pesadillas, una especie de catarsis que hace automáticamente el subconsciente.

Me levanté y di unas vueltas por la pieza, fui por un vaso de leche tibia, con la intención de calmarme y de esta forma darme cuenta de que ya había despertado, mi sueño… más bien dicho, pesadilla, me daba vueltas una y otra vez, no podía sacarla de mi cabeza, era en una época antigua creo, y estaba en un bosque haciendo algo, de lo cual no recuerdo bien… en las pesadillas no existe mucha lógica, ¿cierto?

Lo cierto es que me encontraba en un bosque; de repente, entre los árboles se asoma un niño, pequeño, de cara redonda, con las manos manchadas con tierra y la punta de la nariz también, pero se notaba alegre, jugando y me invitaba a jugar con él. En una de sus manos tenía una bolsita, una bolsita de un género que ocupábamos en el colegio para hacer el regalo del día de la madre, arpillera creo que se llama, y dentro de aquella pequeña bolsa algo que nunca pude ver; no recuerdo mucho más del sueño, simplemente lo seguí, y después me veo a mi mismo arrancando de algo, de algo pero no sé de qué, solo sé que huía por el bosque, buscando salir por algún camino, buscando llegar a mi casa pero no lo podía hacer, no podía salir de esta maraña de arboles y matorrales. De un momento a otro, huyendo, tropecé y caí, con lo cual despierto en la situación que anteriormente describí. Nuevamente me desvelo, me quedo intranquilo, miro a mi alrededor, y todo normal, realmente era una pesadilla, nada más que eso, me digo, con la intención de tranquilizarme.

Dos días, dos pesadillas, dos sobresaltos que me han hecho despertar, lo cual no es algo muy común en mi, o mejor dicho, no lo era…

Al día siguiente andaba cansado, los desvelos me estaban pasando la cuenta. En la universidad no rendí mucho, me quedé dormido en media clase y sólo desperté cuando el profesor me preguntó si me encontraba cómodo, a lo que respondí pidiendo disculpas y retirándome de la sala.

Nuevamente llegó la noche, me encontraba cansado como nunca, necesitaba dormir sí o sí. Me tiré en mi cama, cerré los ojos y ya estaba durmiendo. Después de un rato, como ya era costumbre, aparecí en el bosque, aquel bosque de árboles frondosos, cuyas siluetas se me hacían borrosas. Nuevamente de entre los árboles sale un niño, cara redonda, pelo claro, ojos bonachones, nariz y manos sucias de tanto jugar con tierra, en una de sus manos, una bolsita, ahora que lo veía bien, sus vestimentas eran negras. Me invitaba nuevamente a jugar con él, pero era algo que yo asimilaba de manera innata, ya que el niño no hablaba. Lo seguí, preguntando su nombre, pero el niño sólo corría agitando su bolsita.

Yo lo seguía más atrás, le preguntaba por sus padres, le preguntaba si es que andaba sólo, pero el niño no respondía, tan solo gimoteaba, se reía y corría blandiendo su bolsita al aire, esta bolsa de arpillera que tenía algo dentro, algo que me causaba curiosidad. Lo seguía y lo seguía, hasta que de pronto entré en un claro, un claro que tenía en el centro una roca, y sobre la roca, el niño al que yo seguía, sentado en posición de loto, con la bolsita en una mano… su cara ahora me era borrosa, debido al cambio de luz al que se adecuaban mis ojos, después de salir, de en medio de un bosque tan frondoso como aquel.

Me acerqué lentamente al niño, mi corazón estaba latiendo cada vez más rápido, experimentaba una especie de arritmia con cada paso que daba en dirección a la roca; unos segundos después, mis ojos comenzaban a ver mejor, y podía ver al niño sobre ella, con su bolsita en una mano, pero ahora su cara era distinta, más fría, sin sentimientos, unas ojeras se habían marcado en su blanco rostro, su sonrisa era demoniaca, podía ver unos dientes de un color amarillo verdoso asomarse cuando el pequeño me dedicaba una sonrisa; de súbito, una imagen aterradora del niño… ya no era el niño que yo perseguía, era una especie de zombi, una especie de demonio, de niño poseído tal vez. Su tez se volvió pálida, pero pálida verdosa.

De pronto, dio un salto hacia mí, posándose en frente, con su bolsa tomada por el extremo superior con una mano y por el inferior con la otra. Ahora el niño sí hablaba, y con una voz lúgubre, y rasposa, nada concordante con la voz que habría imaginado de aquel pequeño al cual comencé a seguir en el bosque, miró hacia arriba, buscando mis ojos y dijo:

- Hey, tú… ¿¡QUIERES JUGAR?!..... – sonriendo de nuevo, y enseñando los dientes tipo tiburón que se encontraban bajo esos labios resecos, los dientes de color verdoso que antes pude ver asomarse, ahora los veía por completo.

De súbito salté hacia atrás arrancando de este ser, y al caer desperté en mi cama. Ahora sí asustado como nunca, empapado en sudor frío, recordando el sueño en su totalidad, en este momento tenía algo claro: en aquel sueño estaba el chico del cuadro, aquel chico, que estaba sentado en el claro, sentado con su ropa negra y su bolsa en la mano.

Rápidamente encendí la luz de mi, pieza generando ese ambiente de tranquilidad que da el poder ver todo cuanto hay a tu alrededor. Ahí estaba mi habitación, tal como la había dejado antes de dormir, con mis posters, y mi cuadro, el cuadro con el que había soñado. Tal vez, pienso, al ser ésta mi nueva adquisición, está inserta en mi sueño de alguna forma. De esa manera alejé el miedo en mí y me pude acercar al cuadro.

Ahí estaba el bosque frondoso, muy parecido al bosque en que perseguía al niño, en el centro un claro y en el claro aquel niño sentado, inmutable; debido a lo diminuto del dibujo en el cuadro y tal vez lo antiguo de la pintura, esta  no me dejaba reconocer la cara del infante, tan sólo manchas y contornos formaban esta imagen. Era hora de dormir, todo había sido una pesadilla. De todas formas me acostaba intranquilo, con miedo de volver a tener una pesadilla como esa. Lamentablemente, por más que intentaba convencerme a mí mismo de que todo era un mal sueño, algo me decía que aquel cuadro estaba modificando mi vida de cierta manera, algo me hacía pensar, que ese cuadro, no era para nada normal.

Los días pasaron, y realmente seguía teniendo la misma pesadilla, día tras día, amanecía cada vez más cansado, mi rendimiento académico bajaba, realmente bajaba en caída libre, y no podía hacer nada para detenerlo, el cansancio no me dejaba cumplir con mis obligaciones, intentaba dormir en el día, porque de algún modo, las pesadillas eran menos frecuentes mientras el sol aún se encontraba presente. Pero no siempre era así, ya que más de alguno de esos días las pesadillas salían a la luz e invadían mi sueño. De algún modo esto se estaba volviendo patológico, mi temor era estar volviéndome loco, alguna especie de esquizofrenia desatada por el estrés universitario, algo de eso había leído en internet, buscando explicación a esto que me aquejaba… los días pasaban, luego eran semanas y continuaban las pesadillas. Intenté hablarlo un par de veces con mis padres, pero no prestaban mucha atención. Mi papá creía que lo estaba inventando, para justificar mi gran afición por dormir, y mi mamá decía que era el estrés universitario, así que me medicaba con unas gotitas para los nervios que en la farmacia de medicina natural, había conseguido, siguiendo los consejos de una vieja amiga.

Ya no eran sólo semanas, era un mes entero con pesadillas y no encontraba explicación, estas se hacían cada noche más largas, siempre despertaba por algún sobresalto, antes de ser atrapado por tan endemoniado niño que iba tras mis pasos, con risas y sonidos guturales emanando de sus fauces… sí, fauces, llena de dientes semejantes a los de un tiburón que salían a mi asecho, intentando obtener algún trozo de mi cuerpo. Con el paso del tiempo, logré tomar una cierta conciencia de mis pesadillas, ya podía tomar decisiones dentro de ellas, pero de cualquier forma siempre llegaba al claro donde el pequeño me esperaba sentado, y me preguntaba si deseaba jugar con él, con aquella bolsa en las manos, aquella bolsa cuyo contenido misterioso aun no había podido descubrir.

Con el paso del tiempo comencé a investigar acerca de posesiones demoniacas, exorcismos, y cuanta cosa paranormal pudiese existir, ya que nadie me creía, y en la universidad no me iba a hacer pasar por loco, tenía que investigar por mi propia cuenta.

Descubrí que si ponemos la palabra paranormal en el más famoso buscador Online, tenemos 113 millones de resultados en tan sólo 0,09 segundos, por lo tanto me pude dar cuenta que filtrar la información fidedigna de la que no lo era sería trabajo de años, y realmente yo no tenía ese tiempo, porque según mis cálculos, en unos meses más me encontraría encerrado en alguna casa para orates de la región. Pero busqué libros, de creencias paganas, ocultismo, artes oscuras, en algunos se explicaba acerca de la posesión de demonios, otros de almas en pena que ingresaban a personas débiles o que tenían el alma herida; realmente yo no me consideraba en ninguno de esos estados.

Mi duda era acerca de la posesión en objetos, objetos endemoniados, hasta que encontré un viejo libro en la antigua biblioteca de mi universidad, un libro de aquellos con tapa de cuero café, el cual decidí llevar a mí casa. En él decía que sí existía la posibilidad de posesión de objetos, que antiguos brujos lo hacían intentando de alguna manera inmortalizar su alma, y que al menos un fragmento de ellos lograría, de este modo, la preciada vida eterna. Y salían en él varios rituales para la liberación de esta alma y posterior envío al “infierno”.

Realmente no sabía si creer lo que estaba leyendo, pero mi desesperación era tanta que ya aceptaba intentar cualquier cosa con el fin de liberarme de estas pesadillas. A todo esto, el cuadro ya no estaba en mi pieza, lo saqué y se encontraba en el garaje de la casa. De igual forma, las pesadillas seguían llegando noche tras noche.

Me preparé para un exorcismo, tal como decía en el manual, lo realicé, conseguí todos los elementos, incluso robé un cirio de la iglesia vecina. Esa noche me fui a acostar tranquilo, con fé de que todo había terminado. Realmente durante el ritual no había ocurrido nada fuera de lo normal, nada como lo que imaginé podía pasar. Inclusive, en algún momento me sentí como un imbécil, hablándole a un cuadro, y en latín. Pero de todas formas quedé satisfecho, me sentía liberado, tal vez eso era parte del ritual y así era como debía pasar, y no como lo muestran en las películas con todos aquellos efectos que mueven todo alrededor del objeto exorcizado.

Caminé desde el garaje a mi habitación, todo normal, yo relajado, de una manera como no lo había estado hace poco más de un mes, entré y me acosté de inmediato. Deseaba mi cama como desea agua un caminante en el desierto. En el momento en que me acosté, me quedé dormido, y nuevamente me encontraba dentro de la pesadilla, el mismo niño de tez pálida verdosa, de ojeras prominentes, ojos profundos y sin vida, dientes en forma de tiburón bajo unos labios resecos, me seguía, me perseguía por un bosque sin final, me ofrecía jugar con él, mientras me intentaba despedazar a mordiscos.

Esta vez ya tenía control de mi sueño, sabía que era tan sólo una pesadilla, y me detuve a enfrentarlo. Él se detuvo a la vez, y me miraba, como un león mira un pequeño venado solo, sabiendo que en pocos minutos será su comida. Se abalanzó sobre mí, y en ese momento en que caía, momento en el cual debería despertar como siempre lo hacía, esto no ocurrió. Caí con este ser encima, podía sentir una pestilencia saliendo de la bolsa que jamás soltaba, que ahora tenía muy cerca de mi cara, me tenía inmovilizado, y mi lengua se dormía, no podía manejar ni un sólo músculo de mi cuerpo, y el ser estaba sobre mí, cargando mi pecho, acercando sus dientes pero sin morderme, tan sólo jugando como juega el gato con su botín antes de tragárselo de un sólo bocado.

Acercó lentamente uno de sus dedos, nunca me había fijado de las garras que tenía, y las pasó por mi cara. Un dolor ardiente se apoderaba de mí, sentía como brotaba de mi mejilla un líquido tibio que no podía ver, pero suponía, era sangre porque su olor metálico llegaba de repente a mi nariz. Este dolor se hacía cada vez más insoportable, era un dolor abrasivo, como una quemadura, y tan sólo era un corte en mi cara… cada vez el dolor se hacía más insoportable, hasta que de súbito me pude mover y desperté nuevamente en mi habitación.

Apenas pude dejar de temblar por el miedo de la imagen que había creado mi subconsciente, y darme cuenta que ya estaba dentro de mi realidad, pude sentir como volvía poco a poco el dolor ardiente que tenía en mi mejilla. Pasé mi mano por ella con la luz tenue que entregaba la luna a mi habitación, pude sentir que tenía un corte, un corte profundo del cual brotaba sangre, y me ardía como nunca me había ardido alguna herida.

Me levanté y encendí la luz, sentía que tan sólo había una cosa por hacer, debía destruir aquel cuadro, aquel cuadro que habían dejado como herencia y del cual prohibían deshacernos, era el mismo que ahora estaba causando estragos en mi vida, mientras todo era tan solo pesadillas, ya estaba mal, pero ahora esto era tangible, había despertado con un corte en mi mejilla, después de tan solo soñar.

Corrí hacia la cochera, ahí estaba el cuadro tumbado boca abajo como yo lo había dejado, lo levanté y lo miré con desprecio, nada en él había cambiado. Lo levante y dejé caer sobre mi rodilla, el marco se rompió, pero la tela seguía intacta y yo tan sólo había ganado otro dolor. Saqué la parrilla para hacer asados, puse el cuadro y lo empapé con cera que encontré en una repisa cercana, le prendí un fosforo y pude ver como se quemaba lentamente. En eso estuve, hasta que por fin no quedaban más que cenizas de aquel maldito cuadro, el maldito cuadro que estúpidamente quise para mí.

Mi relajo era absoluto, ya el cuadro había desaparecido, y según había leído, el fuego era un buen elemento contra todo aquello que se encontraba embrujado, así justificaba la quema de brujas que en otra época realizó la Iglesia Católica. Dejé todo ordenado, pasé al baño para revisarme la herida, realmente no era tan profunda como lo había imaginado y ya la sangre había dejado de brotar. Todo marchaba a la perfección, sentía un peso menos en mis hombros, al fin podría dormir. Este cuadro debería haberlo quemado mucho tiempo atrás…

Entro a mi habitación, cierro la puerta, me siento en la cama, reposado, con una victoria en mi poder, mis ojos clavados en la puerta, y ésta se abre de súbito, dando un estrepitoso portazo contra la pared… en el umbral de aquella puerta veo una figura de no más de un metro y veinte, con un bulto en la mano derecha… es un niño, un niño pálido y ojeroso, con sus dientes verdosos, bajo unos labios resecos, una ojos sin vida, profundos y oscuros, que me miran fijamente. Me sonríe, y es una sonrisa diabólica, luego de la cual me dice:

- Hey, tú… ahora sí, ¡¿QUIERES JUGAR CONMIGO?!

0 comentarios:

Publicar un comentario